El trigal aguarda una tormenta que no cuaja. Las golondrinas lo rasan hasta sentir las cosquillas de las espigas en su plumaje. Después del juego, que les mantiene en forma para volver a África, regresan a los aleros. Es hora de incubar sus huevos. La naturaleza no conoce la liviandad, todo en ella es importante e íntegro.